Primogénita


Eran las diez de la noche y los perros comenzaron a ladrar nuevamente. Tenían tres días haciendo lo mismo. Siempre a la misma hora. Su cuarto era sencillo, piso de cemento, un solo ambiente. Totalmente recién pintado de blanco. Un espejo en el baño.

F, camino hacia la cuna. Reviso el mosquitero rosado, para ver si no había algún rincón por el cual se pudiera colar algún zancudo. Aunque no era eso lo que más le preocupaba. Sabía que su primogénita empezaría a llorar más temprano que tarde. Su esposa también dormía. Algo o alguien había lanzado tierra nuevamente en el techo. Su hija comenzó a llorar. Su esposa se despertó. El alarido de la niña la despertó de forma abrupta.

F, no quería abrir la puerta, pero debía hacerlo. No se sentía seguro adentro. Tenía que proteger a su esposa y a su hija. Estaba preparado. Tenía un revolver, que aún estaba aprendiendo a usar. Se puso los tenis lo más rápido que le permitieron sus reflejos. Y se colocó en la ventana. Agachado.

Movió la cortina rosa que cubría la vista, apagó la luz de la sala. Salió y cerró la puerta tras de si.  En el patio un perro bulldog ladraba con fiereza viendo hacía arriba, a la copa de un árbol. F le soltó la cadena con la que estaba amarrado. El perro corrió a la base del árbol. Era una ceiba frondosa.

F apuntaba al árbol sin saber a donde apuntar realmente. No distinguía nada en la oscuridad. Una rama cayó de la ceiba, era una rama pequeña. Aquello en el árbol la había quebrado al cambiarse de rama. El bullog no dejaba de labrar.

Lo que hubiera en el árbol comenzó a saltar de rama en rama y se alejó rápidamente. F ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, El perro corrió tratando de seguir aquello, pero llego al cerco que rodeaba la casa y no pudo seguir más.

Su hija al fin dejó de llorar. Fueron unos quince minutos angustiantes. F entró nuevamente a su casa. Su mujer chiniaba a la niña que ya comenzaba a calmarse. B susurro al oído de la niña "Ya hija, ya pasó" F las abrazó.

A la mañana la madre de F le había dicho a B que, alguien les quería hacer un mal. F no creía mucho en esas cosas, pero su padre ya se lo había mencionado antes. Lo recordó en ese momento.

F tomó una escalera  y subió al techo de su casa con mucho cuidado. Vio la tierra regada sobre el techo. Decidió agarrar un poco con la mano. Al bajar lo echó en un recipiente y lo puso sobre la mesa, no noto nada extraño. No se veía diferente de la tierra común y corriente, no olía diferente. Nada le parecía extraño. Después de examinarla largo rato, la arrojó al frente de la casa.

F no quería estar ahí a la noche. Tenía la sensación de que volvería a pasar. Su padre lo había aconsejado de enfrentar lo que le estaba pasando. F decidió que debería prepararse para esa noche. Dejó la escalera en el árbol. Esta vez el perro ya no estaría amarrado y lo principal, él ya no estaría dentro de la casa. Tampoco su revolver.

La noche comenzó a reinar, eran pasadas las siete de la noche. F salió de su casa y tomó posición en el lugar que había escogido. Estaba escondido, fuera del cerco que rodeaba su casa. El plan era esperar afuera y ver quien era el que arrojaba la tierra, para luego confrontarlo.


 

F dio un par de vueltas al rededor del cerco. Buscaba el mejor lugar para esconderse. En la última vuelta que dio. Observo unas luces en el suelo. Eran de un color verde y muy brillantes. Nunca las había visto. Camino hacía la escalera y se asomó al techo de su casa. Sus ojos se iluminaron. Era el mismo tipo de tierra. Brillaba. Tierra de muerto. Ahora solo tenía más preguntas.

F sintió un escalofrío en todo el cuerpo. Entro a hablar con su mujer. Le contó lo que había visto. Ambos se asomaron al frente de la casa y vieron la tierra que brillaba con un color verde brillante e intenso. B se asustó mucho y tomó a su hija en brazos. No quería soltarla nunca más.

F ya no sabía si debía salir o esperar dentro de casa. Pensó en irse con su familia, pero su vecino más cercano estaba a más de veinte minutos a pie. Era muy tarde ya para hacerlo. Solo le quedaba soportar esa noche.

B y F estaban dentro de casa. La oscuridad era casi absoluta, el silencio también. Cuando ya casi eran las nueve de la noche se escucho la tierra en el techo. El perro ya estaba ladrando al rededor de la ceiba.

F salió y ahora llevaba su lámpara consigo. La encendió y la apuntó hacia la ceiba. Buscaba de forma desesperada entre las ramas del frondoso árbol. Movía su brazo izquierdo de un lado al otro. Mientras en la otra mano el revolver estaba listo para actuar. Por fin se detuvo en una rama cerca del tronco del árbol. Vio una figura parada. Un animal con ojos grandes. No lograba ver el cuerpo de aquello. Solo aquellos grandes ojos cafés.

F comenzó a temblar demasiado. Trato de apuntar su revolver a los ojos. Seis disparos se escucharon. Todos erraron. La criatura  dio un salto y cayó al suelo. Se puso en cuatro patas y corrió hacia la casa, con un movimiento casi de gimnasia rítmica tumbo a F que quedó inconsciente. Su fuerza era descomunal. Rompió la puerta de madera como si fuera un papel. Dentro, B estaba con su hija en brazos. El llanto de ambas se fundía en uno solo. Arrebató a la niña de los brazo de la madre. El perro yacía en el suelo con un disparo en la cabeza. El silencio se quebraba por el llanto de la madre.

Comentarios

  1. ¡¿Y entonces?! Esto debe tener continuación, haz una excepción, no nos dejes así por favor...
    Por otro lado, me recordó a Señales.

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