Un sonido fuerte despertó a Ernesto. Se levantó muy agitado, un poco mareado y confundido, había escuchado caer algo en un no sé dónde de la casa. Cuando salió de su cuarto vio un bombillo encendido y una figura agachada, como encorvada, era su padre Mario, Quien trataba de ver bajo la mesa del comedor, pero la edad no le permitía agacharse mucho. Sostenía una escoba.
-¿Qué sucede? - preguntó Ernesto.
-Por aquel lado -contestó Mario, que no escuchó bien a su hijo y continuó- hay algo ahí, un animal o algo.
-Será un gato que se ha colado -respondió Ernesto.
Mario se encaminó al otro lado de la mesa, las sillas le obstaculizaban la visión, y su vista no era la misma, su andar tampoco. Una rodilla siempre estaba doliente, no podía evitarlo, prefería no tomar ningún medicamento para su dolor, decía que no le ayudaban, que así estaba bien porque el dolor aminoraba con el tiempo. No sabía que Ernesto diluía las pastillas en la comida que le daba y de ahí que el dolor aminorara bastante. Cuando Mario llegó al otro lado de la mesa no vio nada y Ernesto que le miraba del otro lado encendió otro bombillo mientras le decía que con esa luz vería mejor. Ernesto siempre fue miedoso, algo que había heredado de su madre, aún así tenía sus episodios de valentía, cuando la sensación de que él o alguien que le importaba estaba en peligro, era como si olvidase el miedo que tenía y se transformaba en un nuevo ser. Una luz se prendió en uno de los cuartos, uno que hacía tiempo nadie usaba, el del hermano menor. En ese momento Ernesto y Mario tuvieron el mismo pensamiento; alguien había entrado en la casa. Pero, ¿qué quería? ¿qué buscaba? no era que tuvieran muchas comodidades, un frigorífico viejo, alguno que otro cuadro sin valor en la pared, no tenían joyas, mucho menos aparatos eléctricos como televisores o equipos de sonido. Ambos disfrutaban de la lectura y de hablar por las noches antes de dormir. Además, ¿que buscarían en el cuarto de un niño?
Ernesto fue el primero en llegar al cuarto de donde se manaba la luz. Para ese momento ya tenía un cuchillo en la mano, lo apretaba con bastante fuerza y aunque su corazón ya se había acelerado había dejado el miedo atrás. Asomó un poco la cabeza por el marco de la puerta, pero no logró ver nada. Otro ruido le sacó un espasmo del cuerpo, una caja había caído, vio entonces Ernesto que habían unas cajas en el suelo, eran dos o tres cajas que habían caído al suelo. Estas contenían juguetes, fotos, ropa para niño y alguno que otro objeto que no reconoció en ese momento. Su mente voló. Su cerebro le engañó por un momento muy corto, un espectro, una figura fantasmal, se formó delante de él, era su hermano menor. Esto no era posible. Raúl había fallecido a los 5 años, eso no podía ser. Mientras veía asombrado esta figura, el tiempo se detuvo, haciéndole recordar muchas cosas de su juventud, recordó una camisa blanca de mangas largas, la que alguna vez usó cuando su hermano menor fue bautizado. Un recuerdo un poco extraño, pensó.
Aquel espectro desapareció, pero el susto no había abandonado su ser. Su padre se había quedado en la sala con las luces de la sala y el comedor encendidas. Era muy viejo para moverse rápido. Ernesto se giró y gritó a su padre; queriendo saber si estaba bien, pero no obtuvo una respuesta. De pronto una voz se resquebrajó, como un sonido opaco, como un graznido en la oscuridad, algo inefable para él. Era lógico pensar en su padre. Corrió Ernesto hacia la sala y vio a su padre parado al lado de una silla en la sala. No le pareció extraño, pero su padre miraba hacia otro cuarto, el otro que habían dejando de utilizar, la que un día fue la habitación que compartió con su esposa. Mario no quería revivir cada noche su ausencia; el corazón aún le dolía, era por esa razón que utilizaba un pequeño cuarto donde apenas había espacio para su cama y un ropero, pero no se quejaba, era él, quien así lo quería. Mario se tocó el pecho.
Escuchó un susurro, un silbido en el aire parecía traerle palabras con una voz conocida, cerró sus ojos y no pudo pensar en otra persona, su mujer. Volvió a tocar su pecho, algo no estaba bien, otro silbido, le trajo más palabras, en un instante ambos presenciaron la aparición de una figura que parecía de un color violeta, muy intenso, un color muy alegre para ser algo de otro plano astral, algo de una cuarta dimensión. Era un rostro muy familiar para Ernesto, se parecía mucho a su madre, pero era mucho más joven. Para Mario aquello que presenciaba le transportó a sus años mozos. Una sonrisa se dibujó en su rostro y una lagrima rodo por una mejía. Así como vino, desapareció. Las luces titiritaron unos instantes y en un momento todo quedó a oscuras y en silencio.
-¿Era mamá? -preguntó Ernesto con la voz entrecortada.
-Si -le dijo Mario, sin decir otra cosa más.
-Yo ví a Raúl en su cuarto -fue la respuesta de Ernesto. y con un susurro se pregunto para sí- ¿qué es lo que paso acá?
Ya no pudo dormir ninguno de los dos, ambos se quedaron sin decir nada durante unas horas, hasta que amaneció. Mario se quedó en casa y Ernesto fue a trabajar con el mismo uniforme azul de siempre. En la noche ninguno quería hablar al respecto, pero no querían ir a dormir, el temor de volver a pasar por lo mismo de la noche anterior era perceptible del uno hacia el otro. Ninguno quería retirarse, aún cuando no lo decían, era evidente; era un sentimiento que en ese momento ambos compartían. Mario había tenido tiempo de pensar en los susurros que escucho, lo hizo durante varias veces en el día. Había llegado a la conclusión, esos susurros le prevenían de algo, aunque no estaba seguro de que. Por fin uno de los dos habló.
-Hijo, creo que tu madre nos quería advertir algo.
-¿Qué cosa? yo he visto a Raúl en su cuarto ayer y después a mamá, pero era mucho más jóven.
-Si era ella. Cuando aún no habían nacido ustedes, fue en nuestra juventud que ella se veía así, radiante, tan radiante que opacaba al sol mismo.
-¿Pero de que va esto, papá? ¿por qué los hemos visto?
-No lo sé.
Y de nuevo un silencio en la habitación. Así en silencio ambos se quedaron dormidos en la sala, con el bombillo encendido y los platos de la cena a medio terminar sobre una mesita que estaban compartiendo, Mario con la ropa con su ropa para dormir y Ernesto con la misma ropa con la que volvió del trabajo. De nuevo Ernesto se despertó con un exalto, su padre, parecía dormir. Se levantó tratando de no hacer bulla, recogió los platos y los llevó al fregadero, trató de lavarlos en silencio y comenzó a lamentarse de no poder brindar una mejor vida para su padre, pero algo no le dió tiempo de seguir lamentándose. Fueron las cajas nuevamente en el cuarto de Raúl.
Ernesto tomó el cuchillo y se dirigió al cuarto de su hermano fallecido. Encendió el bombillo, esperando no volver a ver aquel espectro, no quería asustarse. pero era algo inevitable para él, sintió como un escalofrío le recorría desde el final de la espalda hasta el cuello, de pronto vio unas fotografías en el suelo, eran ellos dos, él y su hermano, se pregunto por qué su mirada había sido llevada hacia esa foto en particular, ambos eran muy pequeños cuando fue tomada. Había colocado el cuchillo sobre la cama y sin percatarse se sentó sobre esta y comenzó a observar la fotografía, era en blanco y negro. Algo llamó su atención, su hermano no era el mismo, la fotografía parecía ser otra, como modificada. De pronto, se dió cuenta que el espectro que vió la noche anterior era el mismo de las fotografías y no era su hermano, tomó otra fotografía y esta vez tuvo la certeza de que tenía razón. Frunció el ceño y una actitud reflexiva -casi cuestionadora- se reflejó en su rostro. No entendía aquello. La foto pareció resbalarse de sus manos, sin embargo no era eso, esta había pasado a través sus dedos, ¿como era esto posible? - se preguntó- eran una ilusión. Un ruido muy bajo llamó su atención, provenía de dentro del ropero, tomó el cuchillo con un movimiento limpio y rápido, casi por instinto.
Abrió el ropero y vio aquella camisa blanca, la tomó, era muy pequeña, pero ya no le pertenecía, había sido heredada por él para su hermano. Era ahora solo un recuerdo. De nuevo el ruido, ahora provenía de atrás de él, se giró y vio al espectro, salir del cuarto y corrió detrás de él, se perdió al lado de su padre que aún estaría dormido, Era Raúl el que corrió hacia su padre, pareció un intento de querer abrazarlo. Ernesto se acercó a su padre en silencio, parecía que el miedo desaparecía, era como si comenzase a sentir comodidad con ver a su hermano corriendo por la casa. El espectro corría de un lado a otro de la estancia sin que Ernesto pudiera hacer nada y en un momento se quedó parado al lado de su padre. Ernesto tuvo la sensación de que algo no estaba bien, recordó las palabras de su padre. La luz del otro cuarto se dejó ver a través de la puerta cerrada, El espectro comenzó a moverse muy despacio, acercándose cada vez más a Mario, Ernesto no comprendía que estaba pasando. La puerta del cuarto de sus padres se abrió de forma brusca, pero nada salió de ahí. El espectro estaba ahora muy cerca ya de Mario y Ernesto no pudo hacer nada; trato de evitar que se acercara, pero había un charco rojo bajo la silla donde estaba sentado Mario. Ernesto bufó, y luego con un grito se dirigió a su padre -¡papá! ¡no puede ser!- corrió hacia él -al menos eso pensó el, pero era demasiado tarde, Mario estaba muerto. Ernesto le revisó el pecho, y encontró una herida muy profunda, directo en el corazón. Ernesto lloraba desconsolado, estaba en el piso, se había dejado caer, el dolor le martillaba el pecho. En ese momento vio al espectro con el cuchillo en la mano, era el que él tenía.
No sabía cómo había llegado donde estaba su padre, solo entendió que su padre estaba muerto. Se vio con el cuchillo cubierto de sangre en su mano, seguía sin comprender que había hecho. Como si el espectro se hubiera apoderado de él y había asesinado a su padre. Las lágrimas no le dejaban ver. Noto que su camisa ahora era blanca y con mangas largas. Eso era imposible. Sintió que las mangas le atrapaban, le forzaban a quedarse quieto, los movimientos para tratar de librarse eran imposibles. los gritos eran apagados, nadie los escuchaba, estaba en otra dimensión. Nadie le escucharía. Para ese momento Ernesto sintió como el cuchillo había penetrado varias veces su pecho, sin lograr alcanzar su corazón, moriría desangrado y lentamente. Lo último que sus ojos vieron fue como su camisa ya no era blanca mientras el cuchillo caía a su lado.
Por cierto, Feliz Cumpleaños Chele
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