Pippi Longstocking



Te conocí con 12 años menos, eras lo que podría decirse, una chibolita de carne. Una cosa preciosa, mucho más que tú madrecita. Te puse mil nombres, desde los más feos que se me ocurrieron hasta los que nunca te dije y los que te dije siempre fueron con un gran cariño. Cada día era un nuevo nombre. Te amo como un padre puede amar a sus hijos, aunque ese nombre nunca te lo pude decir, nunca tuve el derecho para hacerlo.

En un momento me tuve que alejar, la gente juzga y casi siempre lo hace mal. Pero en cierto modo tenían razón, no sé veía bien, aunque no fuera así. No podía llamarte por ese nombre, pero siempre hice lo posible por tratarte como tal, aunque para mí lo hayas sido desde que te conocí. No podía ser de otra manera, siempre lo fuiste. ¿Ahora me pregunto cómo llamarte?

Las lágrimas se apoderan de mis ojos cuando pienso en ti, recordar todas las cosas que hicimos, desde las tareas en las que pude ayudarte hasta los regalos que te hice, pasando por juegos, algún consejo mal dado, no puedo decir que soy buen padre, ni siquiera lo soy. Se me hace difícil escribir esto. Las lágrimas no me dejan ver. Ahora sólo tengo miles de fotografías tuyas, muchas en las que hacías lo que más te gustaba hacer, dormir, era tu mejor arte. Dormir en cualquier lugar posible.

Espero haber podido ser para ti lo que tú fuiste para mí. Tengo miles de recuerdos tuyos, hacerte colas, tratar de peinarte, jugar, que era lo que más hacíamos, cargarte en hombros. Si me vieras en este momento. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y mis ojos llorosos completan el cuadro. Pero tenías que llegar a la adolescencia. Y dejé de ser lo que nunca fui para ti, pero tú nunca dejaste de ser para mí lo que siempre quise que fueras aunque nunca te lo haya dicho, te amo. Ahora perdí la oportunidad de hacerlo.

Lo siento mucho de verdad. Perdón por hacerte llorar. Yo ya llore por ti, otra vez.

Comentarios