Siempre que pasaba por esta calle todo le parecía igual, todo lo veía con la misma simpleza que tenía el lugar, siempre y nunca, bajándose del autobús aquel que lo transportaba de su casa hacia su trabajo, no quería conocer de otra ruta, la costumbre a hacer exactamente lo mismo, la rutina, si, la rutina era lo que mantenía con vida su vida. Nunca ponía atención a lo que se escuchaba en la radio, no se dedicaba a ver televisión por las noches, se había alejado del mundo o al menos eso quería hacer y eso hacia.

Aquel día propiciaba para ser como cualquier otro, miraba desde la ventana del autobús, estaba somnoliento, como de costumbre, sin embargo aquel día algo había llamado su atención como muy pocas veces, vio caerse una valla publicitaria pero no le puso mucha atención, como siempre y nunca.
Todos los pasajeros del autobús habían vuelto la mirada a aquel acontecimiento que a simple vista no tenía explicación, la valla publicitaria en pleno cambio de campaña de publicidad había cedido al peso de aquellas estructuras metálicas que habrían de colocar si no se hubiera quebrado de su base aquella valla. Aquello había sido algo que al no ser muy común; causó entre los transeúntes y los que pasaban en su vehículo, mucha curiosidad.
Luego de unos minutos el autobús continuo su marcha y sin prestarle mucha atención a lo sucedido llegó a su lugar de trabajo, no comento absolutamente nada de lo sucedido con sus compañeros mientras estos en sus ratos de oció se dedicaban a cuestionarse entre ellos mismos como había ocurrido, lanzaban hipótesis y otras conjeturas, mientras el se limitaba a observar y escuchar lo que hablaban.
Rogaba porqué ese día se acabara, el reloj continuaba su marcha al mismo paso siempre y nunca. Al fin se termino el día, de regreso a su casa, ya no estaba despatarrada la valla publicitaria en la calle -que alivio pensó- mientras algunos curiosos aún veían y comentaban con asombro el hecho.
Preparándose para dormir, con su boca lavada, su pijama puesta y sus anteojos para leer se dispuso a recostarse en un sillón con el libro que recién comenzaría a leer. Se le cruzó por la mente una idea, idea en la que mañana pasaría algo distinto, algo que nunca había pasado, algo que saliera de la rutina y tendría que soportar a todos sus compañeros de trabajo hablar sobre lo mismo, ¡sobre lo mismo!
Se le quitaron las ganas de leer, prefirió conciliar el sueño, ahora se recostó sobre su cama, aquella que lo despertaba siempre en el futuro, real, y con un dopado aliento, padecía del hígado.
A la mañana siguiente quiso salir de la rutina, esperando que eso fuera lo que el y solo el pudiera comentar por la mañana siguiente. No quería toparse con otra valla en la calle y sufrir aquel martirio. No, no -se repetía-, prendió el televisor, puso el canal musical, subió un poco el volumen y comenzó a prepararse para ir a trabajar.
Un programa especial interrumpió la programación normal, ¿Qué podía ser tan importante para interrumpir la programación a las cuatro de la mañana? No podía ser, abrazaba su culpa mientras se decía para si ¿Tenía yo que venir a prender ese aparatejo, para que ahora me quiten mi modificada rutina?, es el colmo pensó.
Apago el aparatejo, siempre y nunca. Apagado el aparatejo y se acabaron los improperios contra todos los presentadores de noticias. Salió con la misma normalidad que caracterizaba su salida, camino hacia la parada del autobús, espero unos minutos, que puntualidad la del servicio, abordo, paso su tarjeta por el lector magnético, se encendió la luz verde y se sentó, el mismo lugar, con el bus vacío, el mismo lugar siempre y nunca.
Al llegar donde se había caído la valla publicitaria, no había nada, dio gracias, sin saber muy bien a quien, las dio, lo importante era agradecer.
Bajó del autobús y mientras caminaba hacia su trabajo, vio gente correr en dirección contraria hacia donde el se dirigía, ¿Que habrá pasado? -dijo-, al cabo de unos segundos vio a un compañero de trabajo, este se detenía para indicarle que la empresa estaba cerrada que no trabajarían ese día, sin saber porque y sin poder dar mayor explicación, prefirió averiguar por su propia cuenta lo sucedido.
Saco su celular y marco el numero de su jefe, lo sabia de memoria, cuando este le contestó, hablaba con una prisa que nunca había sido escuchada en el, ¿Qué pasa? -pregunto- ¿Sabe usted lo que ha pasado en horas de la madrugada?, no, he apagado el aparatejo ese, me han quitado la música. Que maneras de actuar son las suyas, ¿Sabe usted que nos estamos inundando? -dijo el jefe-, ¿Cómo es que ha pasado eso?, -replico el- pues han dicho en el aparatejo ese que en el polo norte y en la antártica, se han activado todos los volcanes que hay allí y que el tiempo para que el agua de los glaciares llegue a cubrirnos el cuello es solo de unas seis horas, de modo que si salimos vivos de esta, habrá que buscar nuevos quehaceres -fue la respuesta del jefe-.
Se dirigió a su casa, su casa como siempre y nunca. ¿Qué haré ahora?, llamare a mis padres, llamare a los amigos que no tengo. Bueno haré una maleta y me iré a las montañas supongo que eso están haciendo todos, ese fue su razonamiento.
Ahora si por iniciativa y sin esperar que la ahora distorsionada rutina le cambiara el día, su rutina siempre y nunca. Se sentó y pensó tengo tiempo aún son seis horas para que el agua me llegue al cuello, resumen de los dicho por los once presentadores de noticias que dieron su reporte, al llegar las doce del medio día, la ciudad estará cubierta por agua y el cielo por cenizas volcánicas. Se paralizaría el mundo.
Salió de su casa una hora después, y comenzó a caminar montaña arriba, esta vez si tenía ánimos de ver a su alrededor. Comenzaba a caer ceniza sobre las calles aquellas calles que veía con la misma simpleza que las caracterizaba siempre y nunca, el agua comenzó a inundar las calles, aquellas calles que la simpleza ya no la tenían, la habían perdido en el instante mismo que las vio por última vez.
Mientras, más rápido caminaba, más rápido se daba cuenta que no lograría llegar a la montaña, no se salvaría, otros usaron su misma lógica, corrieron al edificio más alto de la ciudad, cuarenta y siete plantas de puro concreto y hierro, doscientos cincuenta metros de altura, suficientes para poder sobrevivir.
Entraron al edificio, ahora deshabitado, los ascensores ya no funcionaban, y tubo que correr para llegar al último piso, su destino. Gradas arriba encontraba personas cansadas, no lograría ayudar a nadie sin tener que pensar en que podían morir ambos, su instinto básico de supervivencia le acompañó durante su travesía.
Al cabo de una hora más o menos llegó a la azotea de aquel edificio ya no tan imponente como se conoció una vez. asomo por una ventana y veía como había cuerpos flotando en el agua que ahora llegaba a la mitad del edificio, ojala no quede así yo, susurró para si.
Unas ocho personas más le acompañaban todos pegados en las ventanas, mientras esperaban que el agua dejara de fluir por el edifico, no tenía mucha comida, no había mucho espacio, no había mucho que hacer como siempre y nunca.
Para cuando anocheció el agua estaba a solo tres niveles de alcanzarlos. Durante la noche nadie tomaba la iniciativa, todos esperaban solo su hora de morir, como siempre y nunca. ¿Qué hacemos? dijo alguien, no sé, dijo alguien más y de nuevo el silencio, jamas vieron el cielo tan negro, no había estrellas.
Ceniza cubría todo o casi todo, amaneció y el agua estaba en el último nivel, comenzó a filtrarse por el techo del piso inferior. Sacó su viejo reproductor de música digital, presiono el botón de encendido y se dispuso a escuchar música como siempre y nunca.
Transcurrió el día sin mucha diferencia que el día anterior. Y así fue durante dos días más al cuarto día, el cielo comenzaba a despejarse, así como comenzaba a terminarse el alimento. todos estaban ahora en la terraza, el agua ya no continuó subiendo más, mientras esperaba algún milagro, pedía sin saber bien a quien, como siempre y nunca.
Pasó una semana completa, siete días, alguien que lleve la cuenta, sería lo más indicado, que comience una nueva era, Año cero día uno y declaremos que ahora el calendario no será tan estúpido como el de antes, muy bien serán diez días en lugar de siete los de la semana los meses tendrán todos treinta días y ya no serán doce meses serán trece. Que locuras podríamos imponer si ya no hay quien diga estas son las reglas validas, así se rige nuestra sociedad.
Todas conjeturas, habladurías entre risas entre unos y otros, ahora si socializaba un poco, ahora que el mundo como lo conoció esta por terminarse, como siempre y nunca.
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